


El viernes tocaba tomar el ferry por el Bósforo, y aunque nos costó
encontrar el embarcadero, conseguimos montarnos a tiempo en el barco. Tras
una hora y pico de travesía llegamos a un puerto cerca del Mar Negro donde
Blanca (ejem...) hizo muy buenas migas con unos pescadores pelagambas del
lugar. Y yo, tragando. En fin...
Desde allí volvimos a Estambul en algo parecido a un autobús que Blanca se
empeñó en coger, a pesar de tener más pinta de burrotaxi que de bus de
línea. Pero llegamos... Para compensar el mal trago de habernos mezclado
con el populacho durante media hora escasa, nos dimos un gusto para el cuerpo comiendo en el Vogue, uno de los restaurantes mas chic de la ciudad, con unas vistas de caerse de espaldas. Después, otro barquito para ir al cuerno de oro, aunque metimos la pata y acabamos en el lado asiático de la ciudad, jeje... Sin problema, otro ferry más y en una horita estabamos en la otra punta de la ciudad, en pleno enclave fundamentalista, visitando tumbas y tumbas. Eso sí, subimos al Cafe Loti y disfrutamos de la vista del cuerno. Un poco nublado, así que más que dorado era plomizo, pero bueno.
Y por la noche me empeñé en ir a fumar un nargile a un sitio que mi guía recomendaba. Y no nos decepcionó. En el patio de una mezquita, fumando a pata suelta con los camareros enseñándonos la técnica de cómo fumar sobreoxigenándose de lo lindo, doblamos las uñas. Qué colocón...

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